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Virgen del Buen Suceso

Imagen de la madre de Dios que llega a Marchena en el año 1600 según un manuscrito del cronista D. Juan Morales Sastres fechado en 1831, conforme el cual conservaban “las religiosas de este convento algunas memorias acerca de la imagen de Ntra. Sra. del Buen Suceso que se venera en su altar Mayor. Según se dice, en el año de 1600, Alonso Angel de Jesús, vecino de Madrid, hizo tres imágenes iguales, y que en sueños le vino a la memoria que regalase una de ellas al Convento de Santa Clara de Marchena y habiendo encontrado al día siguiente a una mujer que le dijo ser de dicha villa y que venía a ella, sin más informes le entregó la imagen en una cajita, la que dicha mujer trajo a dicho convento colocándola en el altar Mayor sobre el Sagrario...”

 

Como en tantas otras imágenes gloriosas, una serie de misterios y leyendas envuelve los comienzos de su devoción, atribuyéndosele numerosos milagros y favores, algunos de los cuales están recogidos en el aludido manuscrito.

 

La imagen de reducidas dimensiones (tres palmos y medio) es toda de talla completa en madera dorada y policromada, muy restaurada por lo que ha perdido parte de su encanto original. Caracterizada por su regio empaque, tiene expresión de gran soberanía y majestad, con la particularidad de ser de color negro.

 

Tallada en plena transición escultórica, presenta piernas rectas y rigidez tanto en la madre como en el niño, vislumbrándose reminiscencias de tipo hierático propio de un estilo lejos en el tiempo pero tan presente en esta talla: el románico. A pesar de esto deja ver cierta búsqueda de naturalismo y expresión de ternura, más propio del gótico, donde María se convierte en “Madre de Dios”, dejando de ser “trono” del Hijo de Dios, como ocurría en el románico. Su rostro, algo hierático, esboza levemente una cierta sonrisa, con actitud soberbia, pero a su vez dulzura en sus rasgos, donde los ojos llegan a desprender una cierta viveza. Ahora adopta como modelo la HODEGETRIA BIZANTINA, la conductora e iniciadora del Niño en la Vida.

 

Tiene bonito vestido escultórico de corte monjil, quebrado sinuosamente y con ángulos cortados con cierta sequedad, presentando laborioso estofado de muy buen gusto a base de dibujos curvos en la saya y alternancias entre líneas rectas roleos en la capa. A pesar de que cada prenda presenta un color diferente, de forma muy pálida (Saya y toca blancas, capa y escapulario castaños, saya del niño celeste), domina en su mayoría un cromatismo alternante entre tonos dorados y negros.

 

De forma antinatural, la madre sostiene al niño erguido sobre su mano izquierda mostrándolo como frente de todas las gracias, y con la derecha sustenta lánguidamente el cetro (en metal sobredorado) símbolo de su regia dignidad como “Reina de los Cielos”. El niño a su vez, porta el globo terrestre sobre la mano izquierda, mientras con la derecha bendice a la griega según el estilo bizantino. Sorprende el contraste existente entre el color de la piel y el cabello rubio-dorado de éste.

 

La imagen está orlada de ráfagas con decoración numismática a base de monedas de plata con la efigie de Alfonso XII, acuñadas en 1880, que sirven de enlace entre los rayos biselados, que a su vez están contorneados por una guirnalda de luces eléctricas que eran encendidas durante sus cultos. Apoyada sobre nubes, presenta bajo sus pies media luna también en plata y supuestamente del mismo autor que la ráfaga, con medallón central, anagrama del Ave María, y rematada en sus puntas por dos estrellas. Apartándola de todo lo terrenal presenta peana en madera dorada de sencillo trazo. Ciñen las sienes de Madre e Hijo sendas coronas de metal plateado.

 

Referente al color de su encarnadura, hay que decir que hubo una gran producción de vírgenes/imágenes de color moreno o negro durante toda la Edad Media. Su proliferación es todavía un enigma, habiendo varias teorías:

 

a) Por los incendios; muchas imágenes quedaban carbonizadas, negras, a partir de aquí se consideraban un milagro que la imagen sobreviviera a tal catástrofe. Teoría Occidental.

 

b) Por el libro “Cantar de los Cantares”, inspirándose en las frases de “Nigra Sum” (Cap. 1, versículo 4)

 

“Negra soy, pero graciosa,

hijas de Jerusalén,

como las tiendas de Quedan,

como los pabellones de Salmá.

No reparéis si estoy morena:

Me ha quemado el sol.

Los hijos de mi madre porfiaron sobre mi:

Me pusieron a las guondas de las viñas,

Y mi propia viña no guardé.”

 

c) También Nicoforo Calixto hablando de la Sacratísima Virgen diría: “...tenía los ojos vivos ... era un tanto morena ...”

La devoción que inspira tan piadosa representación se halla plenamente demostrada por la enorme difusión que alcanza, dentro y fuera del convento, y de la villa de Marchena: acuñación de medallas, impresión de estampas con gozos dedicados a tan augusta imagen, etc.

 

Desde la llegada de la imagen al convento, las clarisas consagran cultos en su honor, celebrando anualmente novena, siendo su último día el 8 de septiembre, festividad de la Natividad de Nuestra Señora, quedando más tarde reducida a triudo y desapareciendo totalmente a partir del traslado de las clarisas.

 

A partir de la restauración efectuada por la Hermandad en el templo (1993-94), la imagen que normalmente había recibido culto en el retablo Mayor sobre el Sagrario, tras el cual aparecía una aureola de madera dorada, pasa ahora a recibir culto en un magnífico retablo de tipo hornacina de madera en su color decorado con voluminosa hojarasca y estípites, claramente barroco, correspondiente a la segunda mitad del siglo XVIII. Se encuentra en la parte izquierda del templo, antes del gran arco triunfal apuntado y enfrente del otro altar de similares características pero este difiere del primero por la abertura de tres vanos, donde recibieron culto en su momento los sagrados titulares de esta Hermandad, junto con un Corazón de Jesús.

 

Bibliografía: art. Boletín nº 8 Diciembre 1995, “La Humildad”. Autor Vicente Henares Paque.

 
Hermandad de la Humildad Marchena